domingo, 12 de julio de 2015

Huracán Messi

-¿Cómo pueden saber más de mi que yo mismo? - piensa Messi. ¿Cómo demonios pueden creer saber lo que yo pienso? ¿Quiénes son?

A pesar de las dudas al terminar la Copa América, Lio sigue siendo el 10 de Argentina en la primera fecha de la eliminatoria. En poco menos de 10 minutos, debe bajar al medio campo a pedir la pelota, la duerme sutilmente con esa mágica zurda y arranca con esa aceleración y desaceleración que solo él puede manejar a su antojo. Lo de siempre, lleva a uno, a dos, y al tercero lo pasa con un poco más de esfuerzo. El cuarto va directo a trabarlo, roza un poco la rodilla y la pelota sale de la cancha. En la confusión de la jugada, ambos yacen en el césped y el árbitro no pita la falta, pese al reclamo de los jugadores argentinos. Messi se levanta rápidamente. Su amargura es inocultable, otra falta que mínimo era amarilla, no cobrada, otra jugada que no puede culminar, otro gol que no puede hacer. Regresa y la zurda toma venganza, pisa al rival, que sigue tendido, sin que el árbitro lo vea. Un pisotón adrede que hace retorcer al contrario de dolor. Es una mezcla de furia e impotencia. Todo el equipo del fauleado va contra el 10, lo insultan y él responde. El juez de línea, quién si vio la falta, llama al árbitro. La expulsión es inevitable. El árbitro echa a Messi y este lo señala reclamándole. En la imagen, que luego da la vuelta al mundo, se le leen los labios, "a mi no me cobrás ni una falta, hijo de puta, hijo de puta". Tratan de calmarlo y no pueden, empuja a sus compañeros, quiere acercarse al juez. No puede. Resignado, se saca la cinta de capitán y se la pasa a Mascherano, el último en abrazarlo y calmarlo evitando que siga insultando al árbitro. Se va Messi del campo y el hincha atónito en las tribunas empieza a aplaudir eufórico. El "ole, ole, ole, Messi, Messi" nunca se escuchó tan fuerte en el Monumental mientras el 10 ya está en el vestuario queriendo romper todo. Finalmente, Messi se humanizó, se convirtió en ese dios en la tierra que el argentino tanto reclamaba, se maradonizó.

Hablar de Messi en la selección argentina se está convirtiendo en un tema de almuerzo en reuniones familiares o de conversación entre amigos que se juntan a pasarla bien en alguna casa. Como la política o la religión, todos tienen sus puntos de vista y todos creen tener la verdad. Va una más, Messi confía tanto en su habilidad para ganar en el uno contra uno que deja de buscar el espacio libre. Igual lleva pero ante la marca de tres o cuatro jugadores que lo rodean, decide por el pase; sin embargo, en Argentina no encuentra a un Iniesta o un Neymar que le devuelvan la pelota al pie. Basta ver los arranques de Messi y notar que son pocos los balones que le fueron devueltos para culminar la jugada. Sus aliados podrían ser Pastore o Di María, sin embargo, como se vió en la final contra Chile, es imposible que estos se junten cuando el equipo no toma protagonismo, sino más bien espera. Es un error repetido, sucedió contra Alemania y pasó también en Santiago. Lio aparece menos cuando Argentina no asume. En la recuperación de la pelota está muy lejos del arco rival y le cuesta más armar la jugada con tantos contrarios marcándolo y sin el apoyo de sus compañeros para una pared que le permita avanzar. Todo esto visto desde el lado futbolístico.

Sin títulos. Messi aún no logra conseguir ganar un campeonato con la selección
argentina.
(Foto: diariolavozdelsureste.com)

Del lado emocional, la mochila Maradona es demasiado pesada para el actual 10 argentino, Messi no va a insultar a todo un país que pifeé su himno, tampoco va a pelearse con toda la prensa para quitarle presión al equipo. Él solo juega al fútbol, da la sensación de que no le interesa lo que rodea a este deporte. Juega y ya. Es ilógico exigirle una cualidad que se supone innata. La historia no quiso poner otro Diego en este equipo argentino, los dividió en dos, en Lio y Mascherano.

Cuestionar la calidad en el juego de Messi es propio de una persona que desconoce el fútbol. Es el mejor del planeta, actualmente, y es el mejor de la historia del fútbol en cuanto a clubes se refiere. Con su país continúa en deuda. Así es el fútbol de injusto, requiere gloria e identificación para hacer de un jugador, una leyenda. Sucedió con Román en Boca, con Enzo en River y con Diego en Argentina. Messi todavía no lo logra y, al parecer, solo le queda Rusia en tres años. Todos son injustos con él, creen saber lo que piensa, le exigen más, a veces olvidándose de toda esa magia y talento que deberíamos agradecer y admirar. De Lio podría surgir esa rebeldía, que parta de esa frustración y molestía, para cambiar la pasividad de ser uno más y convertirse en el verdadero líder de su selección. Con más tarjetas y más broncas aunque sin perder el arte de su zurda y sus amagues. Convertirse en otro Messi, más humano, más maradoniano.

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